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Educación y paz social

 Soñé que mi papá me decía: ¡ En esa plaza están los fachos! Y caminábamos rápido, viendo, desde lejos, a decenas de hombres agitar banderas azules y blancas, portando la camisa de ARENA. En la otra plaza estaban los rojos, reinvindicando su esencia en el pavimento de ese lugar manchado de sangre por décadas y frente caredral, ese otro lugar histórico donde la voz del profeta hablara claro. Mi papá me enseñó a distinguir entre comunistas, aspirantes a marxistas, obreros dignos y ser hija de obreros. A entender que la educación es el motor de todo. ¿Y la violencia? Claro, esa misma que ha hecho rodar cabezas en la barbarie, que hizo quemar templos sagrados de pueblos milenarios, que masacró estudiantes, desapareció familias y en la paz se pintó la piel con las formas del odio y la exclusión. Esa misma violencia que se disputa con la educación las mentes más tercas o las más lúcidas. Pero el motor es la educación. Ahora resulta ridículo o anacrónico sostener un discurso de paz. Eso dicen ellos. Yo creo que la paz no fue el resultado político de un momento, eso fue una negociación. La paz seguramente, viéndolo desde abajo, desde mi esencia de hija de obreros, fue una necesidad, una cosecha de esperanzas sobre lo que costó tanto. Sin embargo, la estructura social no pudo coserse las heridas si la navaja de neoliberalismo le abrió las entrañas en pleno jolgorio, y se le remató con el afincamiento de las oligarquías mañosas que vendieron los servicios públicos, que ignoraron los gritos de los más necesitados, que ninguniaron a las familias de los barrios marginales, que vendieron la idea de la paz como un servicio que puede cubrir una agencia de seguridad a través de un vigilante o la idea de tener cuantiosos ejércitos de esbirros disfrazados de policía o militar. Siempre tuve miedo cuando era adolescente y vivía en una colonia a la orilla del río. Salí de ahí porque mis padres me ayudaron a formarme. Nunca sentí que el Estado me diera seguridad. Tuve una leve alegría que resultó en burla: los 10 años de la falacia de la izquierda salvadoreña institucionaliza y corrupta, lejana al obrero. Luego, perdí, todo sentido, de que lo político sea una vía. Es decir, a mis 40 años yo solo creo en la educación y en la necesidad de pensar otras maneras de organización desde abajo, para alcanzar alguna posibilidad de sociedad en paz. Pero eso es una utopía, literal, en un país donde se criminaliza a los jóvenes pobres y a los jóvenes de cuello blanco, delincuentes, se les contrata en planilla para dilucidar el próximo himno a la cerveza o espectáculo en tik tok, o bien se les busca un puestecito como asesores de cosas tan importantes como magnificar la minería. Así las cosas. ¿Eso es un país en democracia, próspero y en paz? Si la paz de un país se midiera por la felicidad y la dignidad de sus habitantes...nosotros ya no existiríamos.

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