A unos hombres innombrables, no son reales como eran, pero son muy parecidos.
Era diciembre, el
Chumpipe, subía “la cuestona” de la Colonia La Chacra y luego caminaba por el bulevar
del ejército a las 3 am para llegar a “la Tiendona”, al puesto de verduras
donde ayudaba a Doña Cristi a cargar los sacos de papas o de güisquiles que
vendía al por mayor a compradores matutinos. Él era el cargador de bultos
principal, luego estaba Jonathan, mejor conocido como el Sapo, quien se
encargaba de las cajas de tomate y de chiles verdes.
Doña Cristi les decía “hijos”,
de puro cariño, pues era una mujer sola, con dinero y por lo tanto con poder en
ese mercado de mayoristas. A sus 46 años usaba los jeans bien ajustados, los prefería decorados para que combinaran
con su delantal de encajes y sus blusas habitualmente escotadas, donde se
apretujaban y relucían sus voluptuosidades más notorias, no le faltaban las sandalias
de plataforma, las uñas grandes, el cabello teñido de rubio al estilo de la Marilyn
y el labial rojo junto a unas argollas de oro. Era una mujer fornida de buen
ver, chola como una cerveza según el parecer del hombre que la describiera, su
acento tenía el ritmo oriente migueleño.
Esa mañana Chumpipe inició sus
labores, como tenía meses haciéndolo, cargando bultos desde el puesto hasta los
carros de los compradores. Algunos le daban propina por la ayuda. Tenía
20 años y era el sexto hijo de una
familia católica. Su novia Regina era vendedora de cassette y películas piratas. Ambos
planeaban acompañarse en unos meses. Ese día, Chumpipe regresó a casa de sus
padres y se dio cuenta que su madre lloraba inconsolable. Se enteró que le
habían llegado a desalojar de la orilla de calle, pues la champa donde vivían
era propiedad de otra persona. Cerca, un señor que se había largado a Estados
Unidos, les ofrecía alquilarles la casa. Pedía 200 colones. Pero él que era el mayor no tenía ese dinero. Su padre era un alcohólico que pedía en el
semáforo, lo cual le dejaba sin esperanza. Salió de casa para fumar y pensar
cómo podía conseguir los 200 colones. Un vecino que regresaba de la calle
con la facha de su oficio, un ladrón
reconocido, le silbó.
─¿Quihubo? Y se acercó
para estrechar la mano y dar un puño.
─Aquí pensando, le dijo Chumpipe
─Mirá hijueputa, yo te llevo a
robar. Vamos, solo nos turnamos los buses, o nos subimos los dos en los que
veamos que va mucha gente.
─Nombre loco, yo soy
cristiano.
─Yo también.
─¿Y cuánto hacés vos pues?
─Día bueno hago mis cincuenta pesos
en dinero y mis setenta y cinco en cosas que luego mando a mi mujer a vender o
empeñar.
─ ¿En serio? Yo necesito
dinero.
─Hay vete loco.
Aquel consejero del diablo era
Saúl, un ladrón viejo, de unos cuarenta años, ya había estado preso, por
hurto, robos y también por acoso.
Regresó por la noche para ver que había decidido Chumpipe y como estaba desesperado,
accedió. A la mañana siguiente regresó
al puesto de doña Cristi. Trabajó casi como de costumbre, a excepción que el
Sapo le dijo que lo miraba agüevado. Chumpipe le dijo que eran unos pedos de la
familia. Esa tarde, después de comer el almuerzo que doña Cristi les compraba, Chumpipe no se fue para su casa. En la línea del tren lo esperaba Saúl, también
conocido como el Western. Le entregó una bolsa de tela que le dijo se
colgará a la espalda, dentro había una mudada, que consistía en una gorra y otra
camisa para cambiarse. También le dio un cuchillo envuelto en la misma camisa,
de esos grandes para cortar carne con hueso, bien afilado, brillaba con el
resplandor de la luna.
─No jodás perro, yo no voy a
usar esto.
─Vos tranquilo perrito, esto
es más para imponer miedo, va, vos solo vas a amenazar, no vas a matar a nadie,
pero si toca, toca, ahí te la jugas vos o el otro, no hay vuelta de hoja. No te
aculeres por eso
─Simón, vos te sabes la juega.
Se fueron en dirección de la Terminal de Oriente. Ahí se subieron a una siete. Le robaron todo a las únicas
tres personas que iban a esa hora en el autobús.
En lo sucesivo, establecieron
su rutina: robar, bajarse, cambiarse, dispersarse, y bajar por calles
diferentes a la colonia. En diez días Chumpipe le dio a su madre los 200 colones
para alquilar la casa. Se acompañó con Regina, que ya estaba embarazada para
esos días.
Cerca de la Semana Santa,
finalizando sus labores en el puesto con Doña Cristi, El Sapo le insinuó que ya
sabía a qué se dedicaba por las tardes. El
Chumpipe solo lo ignoraba. Pero Doña
Cristi terminó llamándole aparte.
─ ¿Es cierto que sos mañoso
vos?
─Nombre niña Cristi, ¿cómo va
a creer?
─Umm… mirá, te voy a contar solo
a vos, porque te tengo aprecio, más que al Sapo, yo tenía un marido ladrón, y
me lo mataron─ le dijo ella mientras encendía un cigarro con el encendedor que siempre
guardaba en el escote
─ ¿Querés uno? él aceptó
el cigarro, oliendo y acariciando el encendedor sin disimulo, antes de encender
el cigarro.
─Él era mi hombre. Pero antes
que tuviera todo esto, yo era mesera en una cervecería, y me casé con un viudo.
Luego heredé sus negocios, uno de esos era este. Ya viuda conocí al Cachetes
venía aquí a ofrecerme relojes, cadenas. Un día que ya lo tenían bien venadeado,
lo siguió la policía y lo mataron enfrente de la cervecería, por eso la cerré y
me quedé solo con este changarro. Él era buen hombre, a fin de cuentas, Cristo
perdonó a los ladrones, y tenía una sola regla, que cumplía a las cabales por
su madrecita, no asaltaba mujeres.
El Chumpipe callaba entre el
humo que emanaba y la escuchaba atento solo atento a la colilla.
─Así que, mirá, si con eso
hacés dinero, hacelo, solo tené cuidado. Y si querés prestado, yo te presto,
─ No me gusta deber, niña
Cristi, usted no se preocupe, no hago caso de lo que le digan. Terminó de
fumar, tiró el filtro y se fue.
Pasaron unos días de esa
conversación, justo cuando su mujer ya estaba a punto de dar a luz, que el
Western llegó pálido a la casa de Chumpipe con un paquete con cadenas, anillos y unos 300 colones.
─ ¿Qué pasó? ─ dijo ella al
verlo
─Le dieron a tu marido. Está en
el hospital.
─No puede ser, ¿y ahora?
─Pues se lo van a llevar
preso, no quiso joder a una vieja y esta le sacó una pistola y le
dio en la pata.
Regina se puso a llorar sobre
el sillón roto en que descansaba. Saúl le daba palmaditas.
Chumpipe fue a dar al penal de
Mariona. Le dieron 6 años de cárcel. Ahí fue encontrarse con el Chino Ponny ,
un viejo conocido de su mamá, que era tatuador adentro. Chumpipe había quedado
patojo, arrastraba un pie cuando caminaba.
─Mirá, tatuame una Virgen de
Guadalupe, bien grande en la espalda, le dijo un día entre muchos.
─Nombre, tu nana me va
verguiar.
─Si no vas a salir de aquí por
lo que hiciste, o todavía tenés esperanza.
Ambos rieron. Chino Ponny
accedió y le hizo una Virgen de Guadalupe que le abarcaba toda la espalda.
─Mirá , ¿va que tu
abuela era la Doña Guadalupe, una viejita descalza que vendía peinetas y
dulces?, yo le compraba huevitos, tiste y otras cosas.
─Simón viejo, esa era mi
abuela.
Con el tiempo, Chumpipe salió
de Mariona. Conoció a Julio, su primer hijo. Pero su sorpresa fue que Regina ya
tenía dos más, Keila de 3 años y Bayron de 10 meses. Todos vivían en la casa
alquilada por él, que había estado pagando Doña Cristi, después de enterarse de
lo sucedido, quien le había escrito muchas cartas. Cuando salió,
decidió regresar al puesto. Era una leyenda, el Chumpipe, tatuado con la Virgen
de Guadalupe, y además se convirtió en el nuevo novio de Doña Cristi, que se
ofreció a ayudarle con todos sus hijos.
Chumpipe fue un gran padre
para aquellos niños. Pues Regina un día se fue de casa, siguiendo a un pastor
evangélico. Chumpipe continuó cargando bultos por lo que tuvo buena salud por
varios años. Su vida fue tranquila, sobrevivía con poco, recogía perros, criaba
pericos y rescataba vacas del río Acelhuate.
A los 46 se volvió alcohólico,
ya que Doña Cristi falleció de cáncer, y
en una justa con otros hombres ebrios, se perdió entre los pasajes de una colonia
vecina. . Ahí lo mataron unos muchachos de un grupo que odiaba a los tatuados
con vírgenes.