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Poemas de "Acoíris ayer"


I
Piensa que no hay otro paraíso
atraviesa las nubes color naranja
entierra las horas fúnebres con el silencio más fino
dibuja tu rostro sobre el papel de un sol distinto
aprende a leer en tus ojos la soledad y el miedo
traduce desde tus labios el sabor de los inviernos
inventa, corre, llora,
habla
camina.


II
Las señoritas jamás pidieron una carta con veneno
jamás pensaron que la serpiente triste las asfixiaría
jamás creyeron que serían sus propias madres
y mucho menos, que caerían en el polvo.
De pequeñas soñaban con caballos de madera y con tijeras
con algodones de azúcar y caramelos
con la danza donde no había serpiente
con el abrazo donde no había fuego
con el beso soñado, los ojos abiertos
pero ninguna soñó con un puñal
ninguna se imaginó con el grito desesperado
ninguna creyó que debía pedir permiso
para ver el arcoíris.






III
Juegan los niños en el patio de la casa
juegan a la gallina ciega.
Inventan los niños que este día no son porteros,
delanteros, soldados, banqueros, esposos
¡No!  Este día los niños juegan en la cocina
también en la sala,
en el baño,
en sus cuartos
y su juego es muy divertido:
imaginan que son mujeres adultas
y que recogen el desorden de unos gnomos
que cocinan para ellos
que planchan   sus camisas estrujadas y viejas
que perfuman de jazmín la casa
que no hay un reloj capaz de entender que todo falta
y juegan, juegan, nada más.



IV
La sombra de su madre vino por la madrugada
el verano estaba por terminar
el olvido de los días de infancia llenaba su memoria
los llantos de su madre, el calendario fúnebre también.
Una ola negra aparecía en una playa desconocida.
En los sueños, un pato gris escribía cartas a mujeres suicidas,
en los otros sueños un rinoceronte destruía la casa de su niñez.
Y él solo podía cubrirse sus ojos con las manos
y él solo pudo mirar sin pronunciar una palabra.
El llanto aparece ahora
el llanto nunca le ha estado prohibido
El llanto es un buen ejercicio para el corazón
-dijo su médico-
El sueño es un buen ejercicio para la memoria
-dijo él-


V
No soy un número más- gritó la colombiana.
He decidido volar -dijo la canadiense.
Me haré un cóndor en la ingle- comunicó Flor María a su madre en España.
Seré un relojero- escribió Juan a sus padres en New York.
El gran espejo oscurece de cuando en cuando
pero las manos de los que vuelan y de los relojeros

han dibujado un arcoíris – y un cóndor- entre las nubes color naranja. 

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