Los alacranes eran especialistas en literatura clásica y moderna. Se habían formado en la universidad extranjera. Ellos sabían mucho acerca de las formas y géneros de vanguardia literaria. Alacranes jóvenes e inexpertos se inscriben en los cursos. Leían a Baudelaire y Rimbaud para ponerse a tono con la formación de eruditos iniciados. Los alacranes expertos no habían leído a estos dos franceses y acusaban a los jóvenes de alienación por dos decadentistas infortunados. Para ellos la literatura se estudiaba desde los clásicos. Se hablaba de la contemplación homérica, de la catarsis y la expiación de los trágicos griegos. De la maravillosa gesta del Cid. La piedad y la valentía eran los temas predilectos. Los alacranes amaban la historia de la literatura de las serpientes. Para ellos el origen estaba en ese reptil. La colonización de serpientes era algo muy beneficioso. Par los alacranes la vida moderna debía a ellas la civilización. Los alacranes no permitían que grillos y otros bichos llegaran a explicar de manera funcional lo que para ellos era sagrado. Los grillos no creían en la literatura de academia, pero a los alacranes el privilegio de decir y publicar lo era todo. Un día los alacranes empezaron a enfermarse. En la Universidad las ratas eran quienes administraban los recursos. Las escuelas de economía y de derecho estaban a cargo de las cucarachas, medicina por las lagartijas, ranas y sapos. Las otras carreras estaban formadas por una mixtura de insectos y bichos. La pureza de las carreras estaba en crisis y eso no parecía agradarles a los alacranes. La peste llegó a la universidad. Murieron los alacranes más conservadores y fueron sustituidos por otros alacranes más jóvenes. Sin embargo las cosas siguieron igual. Una revista internacional realizaría un reportaje de la peste. Sacaría fotografías mostrando cómo la tradición era sustituida por una generación novel e inexperta. Estaban convencidos que el centro de saber se transformaría en un hermoso concierto. La revista registraría como la universidad dejaría de ser una bodega de vegetales plagada de bichos. Una mañana entró un cocinero inexperto, sintió que la bodega estaba apestosa a podredumbres. Otro cocinero le dijo que dejara en paz la bodega. Pero éste no sabía que la podredumbre da estabilidad a las ratas, a los alacranes noveles, a las lagartijas y los otros bichos. Así que el cocinero empezó por tirar a la basura la podrida lechuga, el tomate con gusanos, la cebolla ennegrecida y el asqueroso chile verde lleno de manchas negras y consistencias con olor fétido. Cuando ya no hubo podredumbre la universidad de los insectos desapareció. Los alacranes migraron hacia otras podredumbres. Los grillos se apoderaron de la bodega. Se adaptaron a la oscuridad sin ratas ni otros bichos a los cuales servir de rarezas. Cantaban y escribían sobre el tiempo de los alacranes.
Eran las diez de la mañana cuando Carolina arregló su huacal con maíz para ir a moler. Hacía un calor tremendo, decía una vecina que la vio despertarse muy temprano y sudar sobre aquel maíz. Carolina tomó un dólar y algunas monedas de a cinco centavos para pagar al molinero. Ese día particularmente se sentía contenta pues por la tarde le llevarían una Biblia Reina Valera que había encargado. Ella había aceptado a Cristo en su corazón y había dejado de habitar este mundo, al menos eso creía. A las diez y cinco minutos en la calle polvorienta, Carolina dejaba las huellas de sus sandalias y sus pies se cubrían de fino polvo. No encontró a ninguna persona durante los primeros metros de su trayecto. Cerca del Molino, un borracho se tambaleaba sobre una pierna mientras intentaba acercarse a ella para abrazarla. Carolina caminó más rápido y entró al Molino. Molió el maíz. Pagó ochenta centavos al molinero. "Qué Dios la bendiga Niña Caro"-dijo el hombre del m