Tus amigos psiquiatras conocen a casi todos los artistas locos que vos amás porque te encanta la locura. Intentaron poner fin a sus pesadillas o a sus vicios pero fue vano esfuerzo. Una terrible tormenta los hace gritar hacia dentro de sí y romper con tijeras la mantita fina de la cordura o ese juego a tener esperanzas. Amás la tristeza, y no querés curarte. Hoy no. Porque sanar no es lo tuyo, dejá eso para los que soportan el llanto de los demás y lloran y se abrazan y se dicen que todo pasará. Es que no pasará. El frío de la noche es una eternidad en mis grietas. La ventana abierta es un salto al infinito que tiene fantasmas durmiendo y soñando a ser hombres o mujeres que caminan en una línea marcada por un capataz que vive en una casa de hojalata en una galaxia vecina. El frío de mi propia demencia es demasiado azul y a veces creo es el mar.
Eran las diez de la mañana cuando Carolina arregló su huacal con maíz para ir a moler. Hacía un calor tremendo, decía una vecina que la vio despertarse muy temprano y sudar sobre aquel maíz. Carolina tomó un dólar y algunas monedas de a cinco centavos para pagar al molinero. Ese día particularmente se sentía contenta pues por la tarde le llevarían una Biblia Reina Valera que había encargado. Ella había aceptado a Cristo en su corazón y había dejado de habitar este mundo, al menos eso creía. A las diez y cinco minutos en la calle polvorienta, Carolina dejaba las huellas de sus sandalias y sus pies se cubrían de fino polvo. No encontró a ninguna persona durante los primeros metros de su trayecto. Cerca del Molino, un borracho se tambaleaba sobre una pierna mientras intentaba acercarse a ella para abrazarla. Carolina caminó más rápido y entró al Molino. Molió el maíz. Pagó ochenta centavos al molinero. "Qué Dios la bendiga Niña Caro"-dijo el hombre del m