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Mostrando entradas de 2022

Bullicio intermitente

 En la puerta los perros esperan que alguien los deje pasar. Adentro solo hay fantasmas. Ropa colgada desde hace ciento treinta y dos meses. Afuera de ahí y con la madrugada, los gallos chillan estrepitosamente contra el mundo. Los perros también chillan. Un tacuazín adolescente hurga en la basura y encuentra otro tacuazín mordisqueado por un perro o por bestias nocturnas. En las casas lejanas todo mundo duerme. En el bullicio lejano el rumor de automotores es el anuncio de otro día para dejar  las entrañas en el asfalto. 

Mar

 Tus amigos psiquiatras conocen a casi todos los artistas locos que vos amás porque te encanta la locura. Intentaron poner fin a sus pesadillas o a sus vicios pero fue vano esfuerzo. Una terrible tormenta  los hace gritar hacia dentro de sí y romper con tijeras la mantita fina de la cordura o ese juego a tener esperanzas.  Amás la tristeza, y no querés curarte. Hoy no. Porque sanar no es lo tuyo, dejá eso para los que soportan el llanto de los demás y lloran y se abrazan y se dicen que todo pasará. Es que no pasará. El frío de la noche es una eternidad en mis grietas. La ventana abierta es un salto al infinito que tiene fantasmas durmiendo y soñando a ser hombres o mujeres que caminan en una línea marcada por un capataz que vive en una casa de hojalata en una galaxia vecina. El frío de mi propia demencia es demasiado azul y a veces creo es el mar. 

Vacantes

 Era un hombre pequeño de gran musculatura. Le decían "el cara de chucho" y era el jefe en palabras de la zona. Se sentaba en un esquina, cerca de la malla ciclónica que delimita la cancha.  Leía el periódico y a veces jugaba algún partido de ajedrez con algún subalterno. Lo buscaban  cuando dos mujeres  se disputaban las calles para vender sus grasientos platillos de maíz. Tenía un tatuaje de un chucho muy plantoso en la espalda, además de dos grandes números.  Sucedió una tarde que los uniformados llegaron a interrogarlo, sin embargo, fue todo parte de la rutina.  Esos mismos uniformados llegaron a cada casa de la línea del tren. Revisaron todo. Hasta los búhos en la pared. "¿ Por qué le gustan los búhos?"  "No sé fíjese, me gustan" Se fueron y pasaron los días. Una noche de finales de abril. Un camión completo llegó a la cancha. Luego a cada casa seleccionada según algún rumor o criterio.  El resultado fue: dos buses llenos de mujeres que preguntaban po

Basura

    Cerca del Mercado Central un cuerpo era reconocido por agentes de la Cruz Verde.   Apenas y había salido el sol, la multitud de agolpaba en una masa pegajosa de un lado a otro. Mujeres con los comprados   colgando del brazo. Motociclistas intrépidos compitiendo con carros intempestivos, humo, rostros de jóvenes somnolientos y   la vida fluyendo como todos los días, también   la muerte.   Un hombre semidesnudo que gritaba vituperios a los transeúntes revisaba la basura   a un costado de la macabra escena del cuerpo cubierto por una sábana.   “Vaya quítate de aquí, loco pendejo” dijo un hombre que pasaba con su bolsón minúsculo sobre la espalda.   Como   cerca estaba la parada de autobús de la ruta cinco, muchos hombres jóvenes esperaban que llegara un automotor vacío o al menos un poco vacío.   Antes que ningún automotor apareciera, dos carros patrullas y un camión   uniformados llegaban al lugar.   El loco que buscaba entre la basura   enfocó sus vituperios contra los u

Los perros

    Eran las diez de la mañana cuando Carolina arregló su huacal con maíz para ir a moler. Hacía un calor tremendo, decía una vecina que la vio despertarse muy temprano y sudar sobre aquel maíz. Carolina tomó un   dólar y algunas monedas de a cinco centavos para pagar al molinero. Ese día particularmente se sentía contenta pues por la tarde le llevarían una Biblia Reina Valera que había encargado. Ella había aceptado a Cristo en su corazón y había dejado de habitar este mundo, al menos eso creía.   A las diez y cinco minutos en la calle polvorienta, Carolina dejaba las huellas de sus sandalias y sus pies se cubrían de fino polvo.   No encontró a ninguna persona durante los primeros metros   de su trayecto. Cerca del Molino, un borracho se tambaleaba sobre una pierna    mientras intentaba acercarse a ella para abrazarla. Carolina caminó más rápido y entró al Molino. Molió el maíz. Pagó ochenta centavos al molinero.   "Qué Dios la bendiga Niña Caro"-dijo el hombre del m