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Los perros

 


 

Eran las diez de la mañana cuando Carolina arregló su huacal con maíz para ir a moler. Hacía un calor tremendo, decía una vecina que la vio despertarse muy temprano y sudar sobre aquel maíz. Carolina tomó un  dólar y algunas monedas de a cinco centavos para pagar al molinero. Ese día particularmente se sentía contenta pues por la tarde le llevarían una Biblia Reina Valera que había encargado. Ella había aceptado a Cristo en su corazón y había dejado de habitar este mundo, al menos eso creía.  A las diez y cinco minutos en la calle polvorienta, Carolina dejaba las huellas de sus sandalias y sus pies se cubrían de fino polvo.  No encontró a ninguna persona durante los primeros metros  de su trayecto. Cerca del Molino, un borracho se tambaleaba sobre una pierna   mientras intentaba acercarse a ella para abrazarla. Carolina caminó más rápido y entró al Molino. Molió el maíz. Pagó ochenta centavos al molinero.

 

"Qué Dios la bendiga Niña Caro"-dijo el hombre del molino,

"Gracias Don Luis, dijo Niña Caro".

 

Volvió a tomar el camino en dirección a su casa. Mientras avanzaba, comenzó a escuchar ruido de animales movilizándose con velocidad. Hasta que por fin, aparecieron frente a ella 5 pitbull, muy descuidados pero con las mismas facciones de ferocidad, Uno de ellos comenzó a gruñirle.

-Quitate de ahí, animal.

 

El perro se abalanzó sobre ella y al unísono los otros cuatro. Carolina dejó caer la masa e intentó huir pero fue en vano. Una jauría la atacaba en rostro, cuello y manos.  Tres de los perros comieron de su carne. Diez minutos más tarde un hombre que pasaba en una motocicleta se percató del cuerpo. Se detuvo y horrorizado constató que ya no tenía rostro ni manos.

Poco a poco los curiosos se acercaron a la escena.

 

Una mujer que vivía a unos cuantos metros de lo sucedido relató que escuchó gritos, pero ella nunca sale cuando escucha esa clase de cosas. Los perros ya habían sido localizados. Se refugiaron en una casa abandonada  cerca de un taller mecánico.  La policía los revisó  y todos  tenían señales de haber participado. Los perros estaban tranquilos, desde la distancia de tres metros un agente intentaba acercarse. Lo logró  y pudo tocar uno de los perros. Esa misma tarde fueron sacrificados. Uno a uno habían  recibido una bala por la atrocidad de su apetito.

La vecina que nunca se metía en esas cosas, dijo con cierta solemnidad: ¡Y qué culpa iban a tener! Si esos perros eran de los que se llevaron hace días. Y como les daban de comer carne fresca, ellos  salieron a buscar. Pobres animales, ellos no saben, solo comen.

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Mar

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