a Christian Poveda
Escrito en la Chacra a finales del 2009
I
Dicen que la lluvia amarró a los perros locos
y los dejó mudos por centenares
después de la guerra y antes del parto bicéfalo de las mujeres de mayo.
También dicen que los genios del viento saludan con siemprevivas
a los muros de tierra que esconden pájaros antiguos.
Yo creo que la lluvia está a nuestro favor,
aunque a veces me engañan las habladurías
pero una tarde de tormenta revela muchas certezas.
II
Entro al mundo de los muros. Tres hombres me regalan sus ojos ácidos.
Una mujer golpea a su hijo en la cabeza. Miro las colinas silenciosas
una gota de sangre me ayuda a entrar en la paranoia
de esperar el gesto más rabioso, en el odio de ignorarnos perpetuamente.
La pandilla saluda con sus mejores hijos,
cada uno cubre las esquinas de este barrio
y mercaderes entran como ángeles vengadores;
pero aquí nadie se salva de la justicia del hombre
del niño de 12 años que aspira a entrar, y con una escopeta robada
esta tarde demostrará cuan poco importa el valor y cuánto vale la osadía.
Éstas son las casas del aceite, de los gritos, los llantos
los silencios y los cuchillos mohosos escondidos debajo de las camas.
Aquí hay iglesias de gentes gordas que visten faldas largas
y mantas en la cabeza.
Cierran la calle los domingos para llorar frente al dios que está allá arriba
todos los pecados de la carne, la sangre y la omisión.
A muy pocos les despierta la aurora
en el silencio madrugador
que camina y camina para lograr el tiempo hasta su pan digno.
Las arterias son muy débiles
cuando hay poco qué morder.
III
Hoy dejaron libre al panadero que miraba las cuatro constelaciones
en que está dividida la tierra de esta comarca, pequeña y sangrienta.
Trinchera del comején del odio y del olvido llamado perro sin rostro.
IV
Ese hombre es un poste
-la metáfora es muerta, diría el académico diabético de las palabras vacías-
Esta es la calle, aquí se come o se aguarda la porción de angustia
que evapora los días desde el abrazo del Acelhuate,
llevándose los muertos
que nadie ha de extrañar.
V
Ella es una niña
ha cumplido trece años desde ayer por la tarde.
un perro la persigue, porque escrito está
que las rosas son lozanas un día, por la mañana simplemente
y al anochecer ya están marchitas,
llenas de bubas que sus amados
han adquirido en los almanaques de los juzgados y bartolinas.
VI
El perro más enojado, el tatuaje más grande y oscuro
los rostros más dolorosos y los zapatos ganados
en las carreras de la muerte
ante un jurado que otorga medallas y navajas la mérito.
La excelencia amerita una escopeta
sacada de no sé donde
pero útil en los laberintos de la muerte, donde la respiración sabe a cocaína
por el bañado improvisado de la madrugada.
VIII
La historia no se repite, ni se improvisa.
José todavía es de la guerrilla, él en su mundo de locura lleva unos fusiles,
que la mala gente confunde con hierros oxidados.
Solo él entiende
que la guerra de los soles oscuros no ha terminado entre los muros de este infierno
en que la muerte hace su banquete con lozanos e infantiles cuerpos.
VIII
Gritan los conciertos del hambre
la cebolla se vende, los tamales se acaban
las pupusas se calcinan de pequeñas, allí el pan se lo llevaron todo.
Los frijoles son los querubines negros
que alguien guarda celosamente
porque son su puerta al cielo, para sobrevivir al humo y la nada.
IX
Cada noche tiene su fiesta inminente
las reuniones se rebozan con hermosas mujeres
que exhiben sus nalgas, senos, ojos, lenguas y mejillas robustas
aquí se habla en silogismos de fuerza, en halagos altisonantes y fálicos
en escatológicas sentencias: la meretricidad de las madres y la facialidad de los genitales
son el eco nocturno de la algarabía.
X
Sacudo los escombros de los prejuicios métricos
con que juego a tenerte de musa, laberíntica
paraíso estertóreo de aguas subterráneas
de madres bondadosas y hombres honrados
máscara cruenta que aguardas pergaminos de la muerte.
La vida loca se luce en este lugar de oxidadas vírgenes y podridas puertas.
Cada casa tiene su pozo de sangre, su mirada oculta
esperando el aleteo de la Papalota para empezar a llorar
por algún cuerpo triste que no bailará esta noche.