En la puerta los perros esperan que alguien los deje pasar. Adentro solo hay fantasmas. Ropa colgada desde hace ciento treinta y dos meses. Afuera de ahí y con la madrugada, los gallos chillan estrepitosamente contra el mundo. Los perros también chillan. Un tacuazín adolescente hurga en la basura y encuentra otro tacuazín mordisqueado por un perro o por bestias nocturnas. En las casas lejanas todo mundo duerme. En el bullicio lejano el rumor de automotores es el anuncio de otro día para dejar las entrañas en el asfalto.
Eran las diez de la mañana cuando Carolina arregló su huacal con maíz para ir a moler. Hacía un calor tremendo, decía una vecina que la vio despertarse muy temprano y sudar sobre aquel maíz. Carolina tomó un dólar y algunas monedas de a cinco centavos para pagar al molinero. Ese día particularmente se sentía contenta pues por la tarde le llevarían una Biblia Reina Valera que había encargado. Ella había aceptado a Cristo en su corazón y había dejado de habitar este mundo, al menos eso creía. A las diez y cinco minutos en la calle polvorienta, Carolina dejaba las huellas de sus sandalias y sus pies se cubrían de fino polvo. No encontró a ninguna persona durante los primeros metros de su trayecto. Cerca del Molino, un borracho se tambaleaba sobre una pierna mientras intentaba acercarse a ella para abrazarla. Carolina caminó más rápido y entró al Molino. Molió el maíz. Pagó ochenta centavos al molinero. "Qué Dios la bendiga Niña Caro"-dijo el hombre del m